¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? ¿Quién no ha experimentado una sensación de pánico que hasta incluso le ha dejado en un estado de total bloqueo?

Nuestro miedo es un claro okupa, una emoción básica de origen reptiliano que nos beneficia en muchos aspectos. Pero está claro que si no lo aceptamos, si dejamos de atenderle… “se nos enfada”, se nos vuelve en contra, eligiendo el peor momento para aparecer y obstaculizarnos, en vez de aportarnos aquello que quizás estemos necesitando.

Pensémoslo por un instante. ¡El miedo nos protege! Nos ayuda a correr ante el peligro, como hicieron ya nuestros ancestros cuando salían a cazar y tenían que huir de su propia presa. Es un sistema de alerta, un conservador de la propia vida tanto para necesidades fisiológicas como psicológicas.

El miedo también nos otorga un instante para la reflexión, para el paro y análisis en situaciones críticas, de alto riesgo o de difícil resolución. ¿Qué sería un valiente sin miedo? Un auténtico camicace, alguien que sin cautela no sopesa los pros y contras antes de actuar y que puede salir ileso pero también morir en el intento.

El hecho de estar solos, de sentirnos abandonados, de vivir en la oscuridad de la noche, son sensaciones vinculadas a un miedo muy temprano que seguramente nos han transmitido en nuestro entorno. En función de lo que vamos viviendo después, esos miedos pueden desaparecer o permanecer, reducirse o potenciarse, pero valdría la pena considerar que no sólo nuestro entorno será el “culpable” de ello, también lo será nuestra propia gestión emocional.

Algunos de nuestros miedos los tenemos desde que nacemos, pero otros son fruto de un proceso educacional o de vivencias de cierto impacto que generan en nosotros creencias limitantes muy potentes que acabamos llamando así: MIEDOS. Miedo a sufrir, miedo a morir, miedo a hablar en público, miedo a fracasar, miedo al ridículo, miedo a conducir, y hasta incluso miedo al miedo…

La conducta animal general es aprender a tener miedo a todo lo que pueda causar daño o sufrimiento. En el caso del ser humano, nuestro aprendizaje va más allá: no solamente sabemos tener miedo a aquello que nos provoca un dolor físico, sino también a las situaciones que nos generan un dolor de tipo emocional: culpa, arrepentimiento, humillación, ridículo, soledad, desesperanza…

Pero volvamos al miedo como personaje okupa. Domina intensamente cuerpo y mente, tanto que si sentimos un fuerte peligro, es probable que abandonemos una predisposición que en circunstancias normales tendríamos ¿Quién desea comer, tener vida sexual, dormir, o pasear, ante un peligro inminente?

Así que respetemos a ese okupa, porque tiene mucho poder y no debe andar sólo por ahí. Seamos su amigo, dialoguemos con él, tratemos de acercar posturas, mediemos de manera que ambos, el miedo y uno mismo, lleguen a descubrir que pueden formar un gran equipo si respetan sus tempos, sus intervenciones y sus intenciones.

Existen tres sistemas de miedo, el primitivo, el racional y el de la propia conciencia. Aunque las decisiones se toman en nuestro inconsciente, nosotros sentimos que se determinan en nuestra área neurológica consciente.

Nuestra conciencia es pues nuestro mediador entre los otros dos sistemas (racional y primitivo). Analiza las opciones y elige la más adecuada. Puede llegar a frenar un estímulo generado en nuestro sistema primitivo aunque esto último entraña no poca dificultad, porque de este sistema nacen nuestras posibles fobias.

¡Imaginaros si tenemos público! Somos un equipazo pero quizás todavía no nos hemos dado cuenta… Es hora de presentarnos.

Las emociones hay que sentirlas como parte de uno, no como invasoras de nuestro cuerpo y nuestra mente. Si las escuchamos, permitimos que vivan en su espacio vital, y desde esa posición ellas se manifiestan con libertad pero también con conocimiento y mejorada ponderación.

El miedo es una emoción compleja pero necesaria para sobrevivir y tal emoción está diseñada para alertarnos ante determinadas acciones que desempeñamos y que puedan integrar amenaza, preparando a nuestro cuerpo físico para que pueda ofrecernos la respuesta más eficaz.

Así pues, superar un miedo es en realidad superar su causa, y debe ser mejor de su mano y no contra él. Lo necesitamos.