En estos tiempos sociológicamente cambiantes, donde no hay tiempo ni para darse de cuenta de que no nos damos tiempo, la sensación cuasi-robótica del progreso del día hace que no seamos aparentemente capaces de entender qué ocurre dentro de nosotros en un microsegundo. Sencillamente lo dejamos pasar, pendientes de vivir! de no dejarnos nada! obsesionados por no perdernos ni una aventura! vinculados a lo intenso y convencidos de que lo grande primero y lo pequeño después si es que hay espacio…

En esa montaña rusa de sensaciones y voluntades, es evidente que se nos escapan multitud de cosas. Porque en realidad no somos dueños de ninguna. Cada vez que elegimos algo, renunciamos sistemáticamente a algo. Y eso nos cuesta vivirlo con naturalidad.

Algo parecido ocurre con las relaciones humanas y más concretamente con las relaciones amorosas, aquellas que cada cual pinta y costumiza a su manera, pero que en definitiva se presentan como un aliciente personal que parte de uno y termina en un mismo. Me explico:

Siempre me han atraido las alianzas, y no por su componente institucional sino por su simbología relacional. Si nos fijamos, cada anillo representa un circulo cerrado, un todo independiente y completo que se desenvuelve solo, es un ente corpóreo terminado, construido y preciso. Más fino, más grueso, más ancho, más estrecho, pero un círculo entero al fin.

Un círculo con otro círculo construye una forma nueva pero no rígida. Es coyuntural, circunstancial, fruto de la elección simultánea.

Existe un espacio común entre ambos pero conservan su originalidad. La intersección de esos dos círculos son las áreas individuales que dos personas deciden compartir, con áreas propias de vivencia particular y privada. Esa totalidad individual es lo que hace que dos personas se relacionen de manera sólida y saludable. No es tan importante cuan longeva sea esa relación sino el modo en que se gestione.

El famoso apego del que tanto se habla, parte de un círculo incompleto. Cuando no sentimos plenitud por nosotros mismos, podemos dirgir nuestra carencia hacia el método sustitutivo, buscando desesperadamente quién tenga aquello que a nosotros nos falta. Ahí estamos viviendo en nuestra línea de supervivencia, dejando que la vida nos lleve y buscando recursos cortoplacistas que amparen la carencia que queremos transformar en tenencia.

Sin embargo, podemos elaborar nuestra propia estrategia, conectados a nuestra linea de vida – es decir, nuestra forma original de ser y no la impuesta por el entorno.  Una estrategia más emocional-evolutiva y vinculada a aquello que evidencia nuestra carencia. No puedo pretender correr una maratón si previamente no tonifico mis músculos. Siempre he pensado que el «trabajo personal» reside esencialmente en el movimiento, en el ejercicio de todos los días, en el poner las cosas en práctica, huyendo del exceso de las elocubraciones que no te mueven del sitio. Desde la acción, ponemos a prueba recursos, afloran en nosotros habilidades que desconocíamos, comprendemos mejor nuestros deseos (que no necesidades). Creamos nosotros mismos aquellas necesidades que realmente dan respuesta a nuestros deseos, ¡pero no al revés! ¿Cuántas veces hemos deseado cosas que no tenemos porque existe una necesidad externa que hacemos propia?

¿Realmente necesito pareja, o lo que necesito es estar bien?

Si estoy bien, he cubierto mi necesidad, y mi deseo se vincula a otra cuestión mucho más elevada: Compartir mi bienestar!! Y ahí es donde entra la pareja por deseo y no por necesidad.

Cuando vayas a cenar con tu novio/a, amigo/a-amante, marido/mujer o proyecto de algo, pide lo que a ti te guste, come de tu plato, y dale a probar, desde la aventura y la curiosidad… Quizás le parezca interesante aquello que compartes… pero jamás dejes que coma de tu plato.

No es sólo cuestión de buenos modales: tu plato y tu elección son tu espacio. Que nos quede a todos claro.