Un cuerpo físico, un cuerpo emocional y un cuerpo mental. ¿Dónde resido yo entre tanto cuerpo?

 

Llevo 4 décadas intentando buscar la correspondencia. Hasta que al final descubro que todo era mucho más sencillo. Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Y como casi todo, el recurso del diálogo suele ser el más nombrado pero el menos practicado y ahí sí conviene hacer un repaso.

Ya me he dado cuenta. Yo soy yo y tengo a mi disposición un cuerpo físico, otro mental y otro emcional. ¿Pero cómo hacer para que estén en equilibrio? Quizás es tan humilde como saber cuidarlos, alimentarlos y reciclar sus bloqueos. Así es como probablemente se consiga ese equilibrio interior que todos deseamos y del que tanto hablamos.

Cada uno de mis cuerpos se manifiesta de manera distinta, por lo que sus necesidades también son únicas.

El cuerpo físico, tiene una naturaleza más sólida y dispone de un sistema digestivo. Eso ya debería colocarme en la posición del respeto y el cuidado. ¡Fijémonos! Existe de manera inherente un sistema que funciona y que no he diseñado yo. Simplemente lo utilizo. De mi depende usarlo responsablemente o no. Dispongo pues de un sistema que necesita alimentos sólidos y que además, tiene la sofisticada e inteligente prestación de avisarme de aquello que necesita. ¡Un verdadero lujo!!

Luego está mi cuerpo emocional y mi cuerpo mental que a diferencia del físico, son de una naturaleza vibracional, menos densa, y tendré que encontrar otras fórmulas para alimentarlos:

La emoción moviliza los sentidos, el intelecto y la energía que conduce a la acción. Cualquier estímulo ya sea externo o interno genera en nosotros una emoción que nos va a llevar a tener una determinada conducta. Cualquier emoción me da información sobre mi misma, sobre el sentido que atribuyo a un estímulo o a una situación, sobre cómo me situo en una determinada cuestión o de las relaciones que voy generando con mi entorno.

La famosa gestión emocional de la que tanto oímos hablar, ¡es una habilidad en nosotros! Pero la desaprendimos lentamente movidos por la inercia de nuestros hábitos y creencias que alguna vez se instalaron y que le quitaron tiempo y valor a la observación. Si. La observación. Esa desconocida que no parece tener ubicuidad en los rápidos del río de nuestra cotidianeidad. Con la obervación nace y renace la habilidad innata para percibir, usar, comprender y manejar nuestras emociones. Y a su vez, esta habilidad se puede utilizar sobre uno mismo o sobre los demás.

Tengo así ante mi a un cuerpo emocional que se rige por una inteligencia propia (la inteligencia emocional), con un cuerpo mental que distribuye y actúa y un cuerpo físico que ejecuta. Una verdadera orquesta de equilibrio orgánico que está a mi disposición.

Obervemos. Si no observo, no estoy atento a las interferencias. Obervemos la emoción. Para percibirla y expresarla. Para facilitarla. Para comprenderla: está ahí por algo. Y también para regularla porque necesitamos darnos ese espacio.

No hay más veneno que la dosis…

¿Tus cuerpos se cuentan cosas? ¿Se hablan? ¿Se comunican? ¿O has delegado a uno de ellos todas las funciones?

Tu eres el líder. El director de orquesta que establece el tempo y la armonía entre los tres cuerpos para que ejecuten la pieza musical más maravillosa que existe: Tu vida.

¿Qué tal suena la tuya?

M.Badia, 30-10-15